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La cultura que agita al centro de Medellín en 2024

El Centro de Medellín se parece a nuestro El Dorado, un tesoro que provoca fiebres y siempre estamos buscando rescatar. Los que lo viven y lo sienten en sus poros saben que la gracia está en disfrutarlo día a día.



Cristina Toro y Carlos Mario Aguirre llegaron a la Mansión Medina en 1988. Por entonces el centro de Medellín había caído en una decadencia punzante y la gloria del barrio Prado parecía enterrada en pantano; ya las familias tradicionales del Valle de Aburrá se habían ido a vivir a El Poblado o a Laureles y ellos hicieron el viaje contrario: llegaron a los despojos. Vivieron en esa gran mansión que ganó un premio como la fachada más bella de la ciudad en la segunda década del siglo pasado, mientras presentaban sus obras por teatros de todo el país. ¿Cómo vivían? Pintaban, escribían poemas, leían, ensayaban. En el año 2000 decidieron convertir la casa en el Teatro El Águila Descalza. Les dijeron que era una locura, pues se sabe que su obra se sale del nicho y convoca a públicos de toda la ciudad. ¿Quién iba a ir al centro? Desde entonces, es común ver esa esquina de Prado repleta de carros los días que hay obra de teatro.





Antes de que el centro se convirtiera en un objeto que mostrar de cualquier alcalde, Cristina y Carlos Mario tuvieron ese sueño extraño de convertirlo en parte de una escena artística que trascendiera a la bohemia. Dirán muchos ortodoxos que allí estuvieron antes el Matacandelas, el Pequeño Teatro, el Teatro Lido, el Pablo Tobón Uribe –que dicho sea de paso, tuvo su gloria en los años 60 y 70– y las salas de cine que ahora solo quedan en nuestros recuerdos. Y sí, estuvieron, e hicieron parte de una escena underground, pero el Águila le dio un raponazo al mainstream, fue quizá el primer espacio que los llamaba a todos.


Claro, han pasado 24 años desde la apertura del Teatro y Medellín se convirtió en la ciudad de moda, en el lugar donde los gringos, los europeos, los latinos de toda piel vienen a pasar sus vacaciones. Todo ha terminado en un minotauro: la economía crece, muchos hacen negocio, pero los locales sufrimos por cuenta de los arriendos carísimos y los restaurantes con hamburguesas a cincuenta mil pesos –solo por mencionar un ejemplo de la carestía–. Y en esa búsqueda de ofrecer otros lugares diferentes al Parque Lleras, Provenza, Manila y Laureles, ha empezado a sonar entre los empresarios la idea de “rescatar” el centro.


Hay ahora en publicaciones de TikTok e Instagram una centena de influenciadores de tono insoportable descubriendo el centro: van al pasaje Junín, al Astor, a la Plaza Botero; otros muestran hostales que aparecieron metidos en casonas viejas que todos ignoraban. Es decir: llegó un capital extranjero y compraron lugarcitos que ahora son lo que hace unos años nombraban como hípster. La Medellín cool aparece entre los recodos del centro; la de moda, la hecha para los gringuitos.




Hace un par de semanas, el periodista Álvaro Guerrero publicó en El Colombiano: “Con el lema de ‘Where nomads feels locals’ (donde los nómadas se sienten locales), Juan David Aristizábal y su familia abrieron el año pasado la segunda sede de Centro Hostel, un hostal para viajeros y mochileros ubicado en la Avenida Córdoba con Maracaibo, en el Centro, en el corazón de la ciudad. Es una casona tradicional, o mejor cuatro casonas, unidas por un corredor que en total suma unos 900 metros cuadrados con 21 habitaciones y espacio hasta para 85 personas. La primera sede del hostal, que lleva el mismo nombre, la abrieron en 2022, y queda a tres minutos caminando del hostal nuevo, sobre la avenida La Playa a dos cuadras del Teatro Pablo Tobón Uribe. Esa, sin embargo, es solo una casa, también de arquitectura patrimonial, pero con espacio apenas para 36 personas”.


El mismo Guerrero publicó días antes otro artículo titulado ¿Van a convertir la Plaza Botero en un nuevo Provenza?”, en el que se hablaba de la apertura de una sede de El Social en el primero piso del Museo de Antioquia, lo que ahora se ve como la llegada de otros negocios a una zona del centro donde pervive la cultura, el hampa, la prostitución y las ventas informales. Nada sería más aplaudido que quitarle el imperio del Parque de Berrío y la Plaza de Botero a las rentas criminales, y seguro los comerciantes se lo tomarán muy apecho.


Para muchos, el Centro apareció como lugar para visitar y disfrutar hace apenas unos meses, gracias al dedo de los gringos, del turismo y de los comerciantes que quieren abrir allí una oferta, pero el centro de Medellín, como traté de decir más arriba, ha tenido otros trabajos silenciosos.





Es una tarde calurosa y Cristina Toro está sentada en el jardín de El Solar del Águila, una casona de Prado donde ahora ofrecen un espacio que es galería, lugar de encuentro, lugar de charlas, lugar de teatro, café, patio con ciruelo centenario en la mitad, y dice:


—Sí, creo que ya llegó el momento en el que la ciudad tiene que poner los ojos en otra cosa distinta a lo que ya existe, más allá de esa modalidad de encuentro que hay alrededor de El Poblado, Provenza y Manila y del mismo Laureles, porque también hay una saturación que termina en una gran carencia, que es la que se suple con estas aventuras, digamos, donde el arte aparece, donde hay otra propuesta que integra pensamiento, creación y una mirada hacia el espacio. Una cosa que está mucho más allá de tomarse una cerveza o de comerse una empanada, aunque aquí también tenemos, por supuesto, cerveza y empanada.


—Y en el centro son muchos ahora...


—La idea es esa... hay que ponerle un contenido más allá de la comida a esto, pues, que no sea simplemente pasar el tiempo entre la hora de llegada y la hora de salida.


Y muy bueno que seamos muchos y, de hecho, ya hay una presencia importante. Solos no podemos, tiene que haber un criterio de ciudad y una apropiación por parte de la administración municipal.


Cristina habla y detrás de ella están las montañas del suroccidente de la ciudad, sobresalen con una belleza fulgurante de verano. A veces se ven pasar bandadas de guacamayas y, si se está de malas –o de buenas– un ciruelo te puede caer en la cabeza y sacarte un chichón. Cristina se para, va directo a una conversación con Carlos Mario, una conversación pública para la que ya hay unos cincuenta espectadores, hablarán de los barrios de Medellín.



El Águila Descalza (el teatro y el solar) están en el extremo más norte del centro, en límites con Prado, y justo al otro lado, ya en Bomboná, cerca al barrio Bueno Aires, está la nueva casa de la Pascasia –proyecto de la Corporación Común y Corriente–. La fachada es verde, tres pisos con ventanas de vidrios gruesos que le dan un aire vintage. Allí estuvo durante años El Club de Tobi, un spa gay, hoy en el primer piso está una librería preciosa, con una selección cuidada, ordenada por nombres que van más allá de los típicos –Autoinmunes a la autoayuda, Pequeños per-versos, Confiesan que han vivido–; también está la tienda de discos Surco Récords, la editorial Verso Libre, un estudio de grabación, un restaurante-bar, un escenario para conciertos y bailoteos; la sede del medio de comunicación digital El Armadillo (saludo a los colegas), la oficina de una productora de cine. Hay remodelación, dice el corporado David Robledo en un recorrido rápido.


—No solo se trata de un lugar para encontrar libros, discos, tomar un trago o escuchar a una banda en vivo —hay programación en el escenario de miércoles a sábado—, es un lugar de creación artística, de estudio para crear.


Salimos de la casa y Alfonso Buitrago, editor de esta revista, omnívoro del centro, conocedor de todos los artistas, artistadas, tintiaderos, bares, parqueaderos, desocupaderos, líderes, dice con simpleza y contundencia: “Hermano, eso es”. Días después me envía un mensaje: “Son como un par de imanes que agitan el centro, que lo energizan, que le dan sus polos de atracción, que más que ‘rescatarlo’, lo mantienen siempre a flote”.




Casa Cultural AguaDulce


En lo que era un centro de acopio de escobitas de Empresas Varias en el extremo norte del Parque del Periodista, se creó desde junio del año pasado la Casa Cultural AguaDulce, cuya programación está a cargo de la poeta y gestora Isabel Bustamante. Un espacio que es bar y galería de arte, dedicado a la literatura, la música, el arte y el cine. Cada martes tiene lugar una sesión del club de poesía Buerta de poetas y los miércoles una sesión del mítico cineclub Pulp movies. Han organizado conciertos de punk, rap, lanzamientos de libros, clases de danza y el Festival CañaFest.


Salón Centro


Andrés Felipe tiene 33 años y es oriundo de Apartadó. En Medellín es habitante del barrio Boston y con su pareja veían el centro como un lugar turístico y cultural al que le hacía falta una oferta de comida colombiana de autor. Así fue como hace 9 meses, en la esquina de Maracaibo con Córdoba, en el segundo piso de una casa vieja con amplios ventanales, abrieron el restaurante Salón Centro, con el propósito de recuperar técnicas ancestrales como los fermentados y hacer interpretaciones personales de platos típicos de diferentes regiones del país, así como asegurar una oferta de productos de mar frescos con alianza con pescadores de Bahía Solano y Buenaventura.


La Casa Centro Cultural


En un edificio patrimonial, construido por el arquitecto belga Agustin Goovaerts, sobre la calle Maracaibo, entre Sucre y Junín, se encuentra un espacio que en los últimos años ha albergado la creatividad, los debates, los gustos y los intereses de una población diversa. El lugar es liderado por Juan David Belalcázar, psicólogo, uno de los primeros impulsores de los eventos de la alianza y programa de apropiación Caminá pal Centro, que ha ido transformado la oferta inicial del lugar de ser un concurrido centro de locutorios de Internet y de “encuentro de homosocialización” a tener un café bar, una sala de exposiciones y un teatro. En La Casa Centro Cultural tienen presencia Teatro El Nombre, Divina Obscenidad, La Tempestad Teatro, Red Popular Trans, Coro Oropéndola y Ars Teatro. Este mes celebran el primer aniversario de la apertura del teatro y la sala de exposiciones.


Pasaje Cervantes


Hace pocos años el caminito sinuoso, que se corresponde con la carrera 42A y se conoce como el Pasaje Cervantes, que une a Pichincha y Ayacucho por detrás del edificio del bachillerato de la Universidad de Antioquia, era un lugar oscuro, con pocos paseantes y escasa vida nocturna, en el que resistían solitarios el Verinaiz, un bar de rock clásico, en la esquina de Ayacucho, y otro de salsa a mitad del pasaje. Por iniciativa de un grupo de amigos y habitantes del centro, entre quienes estaba Juan Gonzalo Torres, se propusieron apropiarse del espacio para el encuentro y para su activación con propuestas culturales. Tener la sede del Instituto de Bellas Artes como vecino y varias instituciones de educación en sus alrededores hizo que los estudiantes empezaran a parchar en sus aceras y se abrieran nuevas ofertas de cafés, restaurantes, el Teatro El Trueque, y entre ellas el bar de tangos Tornamesa, de Juan Gonzalo, que ofrece música en vivo, charlas y encuentros de coleccionistas.


Y hace año y medio María Eugenia Morales Mosquera, filósofa y máster en Ciencias Políticas, profesora de las universidades Nacional y de Antioquia, abrió Ubuntu. Conversa sabroso, un espacio de bar y café que se identifica con “las luchas por una justicia epistémica y el antirracismo”. Ubuntu, que significa “juntanza”, le aporta riqueza a la vida del pasaje desde “el vivir, el cuerpo, las experiencias, las músicas y las bebidas tradicionales de los pueblos afros”.


Fuente: "Web El Colombiano, Sección Generación Edición del Mes por DANIEL RIVERA MARÍN. 14 de Abril de 2024."



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